LOS NOMBRES PROPIOS
Una parte de la filosofía del lenguaje, la
semántica filosófica, tiene como objeto de estudio los nombres propios, es decir, los
términos que utilizamos para referirnos a individuos.
La cuestión es saber en qué consiste el
significado de un nombre propio, qué quiere decir que un nombre propio es
significativo. Si tenemos en cuenta el principio de contexto, la cuestión es cuál es la contribución de un
nombre propio al sentido de una oración.
Preparando el terreno
Preparando el terreno
Puesto
que la mayor parte de nuestros lectores no tienen una formación precisa en
filosofía y mucho menos en filosofía del lenguaje, conviene que hagamos algunas
aclaraciones.
El
significado de una expresión es lo que un hablante dice al utilizarla en un
acto de habla exitoso. Es cierto que las expresiones y las palabras tienen un
significado convencional, que podemos rastrear en los diccionarios.
Sin
embargo, ese significado no es el interesante desde un punto de vista
filosófico. Lo que nos interesa más bien es el significado actual de una
expresión, el que tiene cuando se usa para decir algo a alguien y este alguien
entiende lo que le queríamos decir mediante esa expresión.
Desde
ese punto de vista, cuando hablamos del significado de los nombres propios no
nos interesan cosas como lo que el término significa etimológicamente (por
ejemplo, que «José» significa «Él (Dios) añada»).
Únicamente
queremos saber la contribución que hacen los nombres al significado de las
expresiones en los que aparecen, cuando estas son usadas… Tampoco es un
problema el que un solo nombre sirva para referirse a diferentes individuos. El
individuo al que nos referimos se determina contextualmente.
Hablar
y pensar
La
idea de que al hablar expresamos pensamientos es muy antigua, pero no la discutiremos
aquí. Nos valdrá únicamente para exponer una de las concepciones sobre el
significado de los nombres.
La
idea es que un pensamiento es de naturaleza conceptual, así que los nombres
propios hacen una contribución conceptual a la expresión en la que aparecen,
tienen como significado un concepto que contribuye a formar un pensamiento.
El
concepto significado por el nombre puede ser expresado mediante una descripción
definida o mediante un cúmulo de estas, según la versión de la teoría que se
abrace.
Por
ejemplo, casi todo el mundo asocia con «Aristóteles» la descripción definida
«el autor de la Metafísica«. Y esta descripción expresa nuestro concepto de
«Aristóteles», gracias al cual expresamos y entendemos las oraciones en las que
aparece.
Las
teorías de este tipo reciben el nombre de «teorías descriptivistas de la
referencia». Algunos de sus defensores más famosos son G. Frege, B. Russell y
J. Searle.
Lenguaje
y mundo
Según
otro punto de vista opuesto al anterior, los nombres propios no tienen ningún
significado.
Son como etiquetas que sirven para distinguir
a un individuo de todos los demás. Cuando hablamos seleccionamos a un
individuo, mediante su nombre, y decimos algo de él.
Los
nombres propios son palabras con una función lingüística muy simple y precisa:
nombrar individuos, ir en su lugar. Desde este punto de vista no se niega que
los hablantes asocien conceptos al usar nombres propios, lo que se niega es que
los conceptos que cualquier hablante pueda asociar a los nombres propios
desempeñen alguna función semántica relevante.
En
todo caso, los nombres funcionan como enganches que conectan el lenguaje con el
mundo, con un mundo de sustancias individuales. Este punto de vista ha sido
defendido por J. S. Mill, Ruth Barcan y S. Kripke. A esta tesis se le llama
«teoría de la referencia directa».
La
teoría causal de la referencia
Los
dos puntos de vista anteriores fueron sintetizados por Gareth Evans en la
teoría causal de la referencia.
Kripke
ya había defendido su teoría haciendo uso de elementos causales para explicar
cómo los nombres se mantienen unidos a sus referentes a lo largo del tiempo,
incluso cuando los referentes de los nombres desaparecen.
La
idea es que Aristóteles está muerto, pero el nombre «Aristóteles» hace
referencia a Aristóteles incluso aunque este ya no exista.
¿Cómo? Porque el uso de los nombres se
mantiene inalterado a través del tiempo, pasando de unos hablantes a otros.
La madre de Aristóteles (o su padre) decidió
ponerle ese nombre. Todo el mundo lo siguió llamando así. Las personas
siguieron hablando de Aristóteles durante años tras su muerte. Y de ese modo,
se transmite generación tras generación el uso del nombre «Aristóteles» para
referirse al individuo a quien se le asignó ese nombre.
Evans,
por su parte, aceptó el modelo causal de Kripke, pero lo consideró bastante
superficial, por lo que profundizó más en él. Junto a su propuesta positiva,
Kripke había dado algunos argumentos para rechazar la teoría descriptivista de
la referencia.
Según
esta teoría, el significado de un nombre es una descripción definida (o un
cúmulo de ellas) del individuo al que nos referimos.
El
problema que veía Kripke es que cualquier descripción definida particular o
cualquier cúmulo de ellas, podría ser falsa del individuo al que determina, de
modo que fallaría al determinar a tal individuo y no nos estaríamos refiriendo
a él.
Aristóteles
pudo no haber escrito la Metafísica y si el significado de «Aristóteles» es «el
autor de la Metafísica«, no se ve cómo con «Aristóteles» nos podemos referir al
individuo al que pretendemos referirnos.
Sin
embargo, Evans encuentra que en la propuesta de Kripke hay un error análogo. En
efecto, Kripke no considera que por errores humanos la referencia de un nombre
cambie.
para apoyar su crítica utiliza el ejemplo de «Madagascar». Actualmente es una
isla situada al Sureste de África, sin embargo, en el pasado fue un trozo de la
costa del continente Africano.
Si
a la isla se le llama en la actualidad «Madagascar» es porque Marco Polo no
entendió correctamente a qué llamaban «Madagascar» los nativos del lugar.
La
cadena causal de Kripke tiene este problema, que es demasiado ideal, que no
considera que en el proceso de transmisión de la práctica de uso de un nombre
pueden ocurrir este tipo de cosas.
Evans
propone una teoría causal de la referencia, que soluciona ambos problemas. De
este modo, asume el modelo causal de Kripke, pero lo dota de contenido. Los
hablantes se dividen en productores de la práctica de utilizar un nombre o en
consumidores de esta práctica.
Para
explicar la metáfora de Evans de los productores y los consumidores de la
práctica nos valdremos de un ejemplo.
Los
padres de Aristóteles deciden llamar a su hijo «Aristóteles». Utilizan ese
nombre para presentarlo, el niño crece y la gente tiene contacto con él.
Utiliza el nombre «Aristóteles» para identificar a ese individuo. Las personas
que conocen a Aristóteles, que saben qué cosa del universo es la que todos
llaman «Aristóteles», son los productores.
Han
producido una práctica, la de llamar a una cosa «Aristóteles». Y extienden esta
práctica. Hablan de Aristóteles a otras personas, que jamás han tenido contacto
con él. Para estas personas «Aristóteles» significa «la persona de la que habla
Menganito» o «El hijo de Nicómaco, que se fue a estudiar con Platón dos días
antes de que me mudara aquí», etc.
Estos
son los consumidores de la práctica. Para ellos el significado de «Aristóteles»
es una descripción definida (o un cúmulo de ellas) que han adquirido por el
contacto con los productores.
Los consumidores también difunden la práctica.
Aristóteles
morirá, pero durante algunos años tras su muerte seguirá habiendo productores y
consumidores del nombre. Y una vez que los productores mueran, todos los que
sigan utilizando el nombre serán consumidores.
Dado
que de Aristóteles se pueden transmitir descripciones falsas, no es de extrañar
que los consumidores asocien a su uso estas descripciones. Igualmente, los
casos como el de «Madagascar» se explican como un cambio de práctica, iniciado
por unos hablantes, que tuvieron más éxito al expandir su práctica de usar
«Madagascar» para referirse a una isla que los hablantes que originariamente
utilizaron «Madagascar» para referirse a una porción de la costa sureste del
continente africano.
La Guía
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