Pedro Abelardo, se dedicó a lo
largo de su vida a poner a todo el mundo en su sitio, aunque pagara tal osadía
con la castración y la subsiguiente tragedia amorosa. Abelardo murió, pero los
lógicos medievales siguieron trabajando. Y tanto que lo hicieron.
Aunque cuando
pensamos en la Edad Media tendemos a imaginar un mundo oscuro, pantanoso,
sucio, atrasado y en el que nunca luce el sol, lo cierto es que el siglo XII,
como ya hemos dicho en alguna ocasión, fue bastante esplendoroso. Una especie
de ilustración del medievo cristiano.
En este contexto, la paradoja del
mentiroso fue redescubierta por los lógicos medievales, quienes le prestaron
especial atención. La razón por la cual esta paradoja (y otras muchas) llamó
tanto la atención de los lógicos de finales de la Alta Edad Media fue muy
simple: en esa época comenzaron a difundirse traducciones de as obras de
Aristóteles al latín.
El interés por la sofística
La llegada de las obras de
Aristóteles a las universidades medievales supuso una revolución intelectual y
cultural, sobre todo en el campo de la lógica. En España se traducían las
versiones árabes al latín y en Italia se traducían las obras en griego,
procedentes del Imperio Bizantino.
Si bien los lógicos medievales ya estaban
familiarizados con las ideas más importantes de Aristóteles, sobre todo con la
teoría del silogismo, la cual habían recibido a través de los comentarios de
Boecio, lo cierto es que entre las obras del Estagirita había una que llenaba
un vacío existente en el corpus de conocimientos de los lógicos medievales.
De Sophisticis Elenchis fue la
obra que más impresionó a los lógicos cristianos del siglo XII. Era un tratado
dedicado a los sofismas, un estudio sistemático de los mismos, algo de lo que
carecían los lógicos medievales. En su obra, Ars Disserendi, expresó Adán de
Balsham en 1132 el porqué de este interés en el estudio de los sofismas.
Desde
su punto de vista, el estudio de la lógica tiene entre sus finalidades
adiestrar en el dominio del lenguaje para no ser engañados por sofismas, lo
cual exige un estudio de las sutilezas del lenguaje, para ver cómo surgen los
distintos sofismas.
Este espíritu manifestado por
Balsham, un lógico conocido por ser bastante heterodoxo y original, era el que
animó a los lógicos de finales del altomedievo a estudiar las paradojas, un
tipo de sophismata. Y de entre estas paradojas, la más eminente era la paradoja
del mentiroso.
El redescubrimiento de la
paradoja del mentiroso
Teniendo en cuenta el último
siglo de la historia de la lógica, el reduscubrimiento de la paradoja del
mentiroso (llamada insolubilia) en el siglo XII es sumamente importante, sobre
todo para echarle vistazo armados con esta perspectiva moderna. Siempre se
aprende algo.
En el siglo XII la paradoja del
mentiroso traía de cabeza a todos los lógicos. Cómo fue redescubierta es algo
que todavía está por descubrir, pues hay una infinidad de escritos de la época
esperando a que intrépidos medievalistas los desempolven, los traduzcan y los
comenten.
Se sabe que en algunos escritos había ciertas menciones y referencias
a la misma, por ejemplo, San Pablo, sin percatarse de que tenía la paradoja del
mentiroso entre manos, se refirió a la versión de Epiménides el cretense: «Uno
entre ellos mismos [Epiménides]… dijo ‘los cretenses son siempre mentirosos’…
Este testimonio es veraz».
El caso es que durante los siglos
XII y XIII hubo una explosión de versiones de esta paradoja, acompañada de
diversos modos de abordarla. Todo el cuadro se caracterizaba por una absoluta
falta de unanimidad entre los lógicos.
El abordaje de la paradoja del
mentiroso en la Edad Media
En lo que sigue veremos cómo
abordaron los lógicos medievales la paradoja del mentiroso. Descubriremos en
esta historia la anticipación de una solución del siglo XX a esta paradoja, así
como una crítica a dicha solución. Nos referimos a la teoría de los tipos de
Bertrand Russell.
Para ver esto, comenzaremos con una formulación de la
paradoja que en aquella época era sumamente famosa. Por un lado, tenemos que
Sócrates dice que «lo que dice Platón es falso» y, por otro lado, tenemos que
Platón dice que «lo que dice Sócrates es verdadero».
Si Sócrates dice la verdad,
entonces lo que dice Platón es falso, pero si tal es el caso, entonces lo que
dice Sócrates es falso, lo que contradice nuestra suposición inicial. Si, por
el contrario, suponemos que lo que dice Sócrates es falso, entonces lo que dice
Platón es verdadero, pero en ese caso, Sócrates estaría diciendo la verdad, lo
que contradice nuestra suposición inicial.
Una de las reacciones más
habituales hacia esta paradoja fue la doctrina de la nulidad de lo afirmado,
conocida como cassatio: según esta doctrina, «autem dicunt quod dicens se
dicere falsum nihil dicit» («diciendo que están mintiendo, dicen sin embargo que
no tienen nada que decir»). Desde este punto de vista, el que afirma que miente
anula sus afirmaciones.
Otra de las soluciones es un
antecedente de la doctrina de los tipos de Bertrand Russell, en la medida en
que excluye la posibilidad de autorreferencia de las proposiciones. Se trataba
de la restrictio. Este tipo de solución fue criticada por constituir una
restricción injustificada del uso del lenguaje, pues había casos de
autorreferencia totalmente inocuos, como por ejemplo: «Esta frase es una frase en
castellano».
Finalmente, otra de las
soluciones interesantes fue el llamado principio de análoga factura, en virtud
del cual «ningún insoluble es verdadero ni falso, puesto que nada de ese género
constituye una proposición». Esta solución suponía un criterio para determinar
qué cosas eran proposiciones y qué cosas no lo eran.
Sea como fuere, poco más de lo
dicho aquí se puede decir al respecto, pues todavía estamos a la espera de que
se desempolve todo el tesoro de textos medievales que están pendientes de ser
redescubiertos por nosotros.
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