lunes, 22 de junio de 2020

El Rio Arno (Lectura crítica)


LA HOGUERA DE LAS VANIDADES  
                                                                               
                                                                                           A quien corresponda…

Era una tarde de mayo indigna para un acto medieval. Una hoguera, en la Piazza della Signoria, corazón de la ciudad renacentista por excelencia, capital de las artes, el humanismo y la razón:  Florencia (Italia).

Allí arden los cuerpos de tres hombres, no sin antes haber sido ahorcados. Uno de ellos es Girolamo Savonarola y de sus dos más próximos discípulos. Es el punto de inflexión que tuvo como protagonista a un fraile dominico que se convirtió en líder político y osó enfrentarse al papa Alejandro VI, quien vivía como un príncipe, tenía amantes e hijos y como político carecía de escrúpulos.

Savonarola era Predicador magnético. Utilizaba hábilmente profecías y visiones, clamaba contra el lujo y la corrupción de los poderosos y denunciaba los abusos del alto clero y del papa. Reclamaba la necesidad de una renovación de la Iglesia y exhortaba al pueblo a vivir sanamente. Sus sermones eran apocalípticos y se ganó el prestigio de Pico Della Mirandola, de Botticelli y de Miguel Ángel.

El fraile decanto en la exaltación mística y degeneró en la persecución radical de todo cuanto pudiera ser pecaminoso. Ello culminó con la quema pública de lujosos vestidos, joyas, cosméticos, objetos de adorno, libros de poesía y pinturas mitológicas o que contuvieran desnudos, en una verdadera hoguera de las vanidades.

Un mes antes del acto medieval, una insólita y anacrónica prueba de fuego fue propuesta. Los Franciscanos, tradicionales rivales de los dominicos, se encontraban también entre los adversarios de Savonarola, y la prueba serviría para someter al juicio divino quién de ellos tenía razón. En la Piazza della Signoria se instalaron dos hogueras que tenían que atravesar descalzos dos monjes, uno franciscano y uno dominico, discípulo de Savonarola. El que no superara el reto sería el que, junto con sus seguidores, estaba en el error.

Al final de la tarde, una fuerte lluvia hizo imposible la celebración. Las masas se dispersaron defraudadas e irritadas con Savonarola, que les había dejado sin el esperado espectáculo. Los frailes tuvieron que ser escoltados hasta el convento de San Marco, que al día siguiente fue asaltado. Los desórdenes fueron mayúsculos.

El fraile y dos de sus discípulos fueron arrestados y encarcelados. Le acusaron de herejía y, como era de esperar, le condenaron a muerte. Al día siguiente, él y sus dos discípulos fueron desconsagrados, entregados al brazo secular y ejecutados públicamente. Sus cenizas fueron arrojadas al rio Arno. Él, no alcanzó a escribir esa carta que permitiría que el tiempo le hiciera mártir o dictador integrista y exaltado.


¡Amada mía!

Quiero escribir una carta de amor, de esas de las de antes. De las que se fortalecían en el “después de este corto saludo, paso a contarte lo siguiente”.

De esas cartas perfumadas y con garabatos de pajaritos en sus orillas, como las esquelas onduladas de las ninfas del mar.

De esas cartas que suicidan un verso y besan el infinito bajo el cadalso del gerundio del amor…

Una carta que, dentro de una botella, surque un rio en busca de un ser naufrago - en la isla del eros- dispuesta a enviar sus mensajes a las estrellas.

Quiero escribir una carta intuitiva con la decisión del primer amante. Que conjugue vocales y consonantes con incertidumbre y complejidad, pero siempre tras un objetivo. Quiero que sea una carta tan egocéntrica como humana. Tan María como Magdalena.

Una carta donde exprese que quiero ser un sólo yo, en un sólo tu.

Una carta en papel sin líneas, tan irregular que no permita mirar sus fronteras y por ende sus límites. Tan sin reglas y curiosa como Edith, la mujer de Lot y tan cortesana como Kamala, el pecado de Siddhartha.  Y expresar allí, que quiero ser eso: un hombre que mira hacia atrás, sin miedo a convertirse en sal.

Quiero escribir una carta arrogante, tan soberbia y hostil, que, sin querer tentar tu orgullo, despierte tu rabia, hasta desear insultar mi ser y recordárselo al viento, para que el eco te devuelva mi nombre con el tono de tu voz.

Quiero escribir una carta sacra, como un panegírico a tus labios… Con párrafos tan sutiles, delineados y carnosos, que la humedad de mis ansias, sea una parábola que compare la codicia de un beso llama, en la comisura de tus labios - como preámbulo- con el silabeo propio de la fornicación…

Quiero que esa carta sea gestualizada por tus labios en silencio y cierres los ojos y perles una sonrisa como quien rabia de emoción mirando el cielo… Será una carta efímera para grabar en el alma, con el pleonasmo del insomnio, como quien desflora dos veces el mismo suspiro.

Una carta endecasílaba y tan asonante como el compuesto de tu nombre, bajo el influjo de un padecimiento triste de anhelo, es decir, tan nostálgica como una flecha atravesando el alma o el rostro desdibujado por unos cabellos, siempre húmedos, en el reflejo de una charca.

Una carta torpe y sencilla, que, confundida con la tierra, tenga alma de alfarera y moldee tu ser como una Galatea que emerge fría, de una roca milenaria, entre los dedos de una quimera; mientras su escultor espera que diga ansiosa: ¡vida!

Será una carta que contenga esa hostia providencial, que salvaba la fe de Hanna Arendt por Heidegger; porque te amo con tu historia y fantasmas y ofrezco en sacrificio una moneda bajo la lengua, para que como el barquero del Hades `puedas trasegar el lago de mi ilusión… mientras yo, cual Orfeo, expreso odas en tu oído, con los más bellos adjetivos del amor.

Quiero que esa carta conjugue el amor correspondido, el amor imposible y el amor perdido, como para cubrir todos los flancos y pueda salir airoso y feliz y ufano, de una batalla que nace sin guerreros, sin tácticas, sin estrategias e incluso sin más contendientes y reglas que mi amor y yo…


Una carta donde se reflejen las vocales cerradas en tu cintura y los ritmos de mi corazón en cada onomatopeya del ahora…

Una carta que, entre papel, pulso y tinta, sincronice orgasmos y caricias con el oreo de nuestros dedos cálidos y nuestras venas aborbotonadas y calientes.

Una carta eufórica que resuma tus dolencias y los muchos significados de tus pasos en el sendero de la oxitocina…

Una carta temblorosa, que despierte el tremor de tus párpados, el parkinson de tus manos y el develado secreto lacrimal de tus piernas, para evitar la ruta del desinterés.

Será una carta sin huella… que resuma todas las crestas de tu cuerpo, como la danza de los pulpejos, que, al rozar la carne indiferente, despierte la superficie de mis suspiros y cante oraciones y construya rastros invisibles de muchos “te extraño”.

Tendrá muchas frases hechas y sensaciones vírgenes. Tan analgésicas como dolorosas… Con palabras tan fieles al diccionario, como infieles y prosaicas al modismo---Tan esbirras como triviales; que puedan despertar una lengua ávida y unos oídos castos.

Será una carta hecha a mano, contradictoria; tan ilegible como el miedo a fallar… con mentiras verdaderas y verdades inventadas… llena de imaginación y realidad… tan sutil como una mariposa diurna, como una alocada polilla nocturna, tan púrpura como la nobleza de tus venas trasluciendo un apretón en tu carne blanca.

Una carta de pupila dilatada y asombro compulsivo, que despierte la mierda de lo sublime y la racionalidad de lo subjetivo. Ese algo tenue que invite a la ira y la impotencia, que refleje una idea de morir y una razón de vivir… 

Que suba la sangre a la cabeza y sienta la muerte dulce del clímax de la retórica… Tan bondadosamente, bien escrita, que se mire al espejo y mas allá de un trozo de papel, vea una bula concesionaria de fe o un pregón que arroba y embelesa porque es la maravilla del sentir y querer del ser uno en uno.

Una carta suicida, sin importar el juramento coexistencial. Con un universo tan fantástico como macondiano, con una segunda oportunidad sobre la faz de la tierra, donde como a Remedios la bella, te vea subir al cielo y el sopor de la vida y el poder de la letra, escrita, como imagen de inmolación cobarde o valiente, sea la interpretación del miedo.

Una carta metafórica que dé cuenta de tres grandes momentos del pasado que engrandecen y enorgullecen, con la angustia emocional del ser ajeno; del engendrar, del cumplir la misión de la eternidad y la razón del tiempo en un vientre, para nuestro orgullo.

Una carta inhalante como un bostezo, tan intrigante y cobarde, que denote el cansancio de perseguirte en mis sueños e incite la pelea hasta quedar rendido y permita el efluvio de la reconciliación. Que te dibuje en mis parpados y tatúe en tus pestañas la palabra: ¡existo! Y duerma por nocaut.

Una carta sobrenatural, causal e inevitable, tan insultante y evasiva que enfade al destino y este enojado se vengue cambiando mi suerte, hasta devolverme el libre albedrío, los abracadabras de mi libertad obscena, que aparecen como un argumento de vida, cuando cierro mis ojos y pienso en ti.

Una carta poderosa que reafirme cuánto te amo y cuál es la apuesta que hago por ti en la ruleta de mi edad adulta. 

Una carta que replique en cada línea a Whitman:
“No dejes que termine el día sin haber crecido un poco,
sin haber sido feliz, sin haber aumentado tus sueños…

Una carta que, jugada a las cartas, busque la mejor mano y en ella la vena amoris para incrustar una alianza de compromiso, como a la prestidigitación de una gitana pecosa…

Una carta hechicera, que embruje nuestras almas con el brebaje del tiempo y asocie una flor con el lenguaje victoriano que aplaca en los bosques los espíritus malignos y se inclina al bien como la letra cursiva… maldición de druidas y hadas y duendes y solaz de trisque, que atan el lazo con la piedra, para coronar con flores la cabeza del tiempo…

Una carta secreta, que diga que mi amor es sincero y contenga una confesión, como declaración justa del alma y el cuerpo… Una carta con un sentimiento que enaltece mi ilusión de ser y tu razón de estar… una carta clandestina y juramentada...hermética y segura como la piedra filosofal.

Una carta a mano, ilegible y criptografiada por el nuevo lenguaje del volver a creer.

Una carta donde renazca un solsticio. Como el duelo de la noche y el día y luz sobre las razones del olvido, como un eclipse de amor y un hilo rojo que eterno incrusta en el alma las razones de las estrellas y el miedo de los mortales a perder los réditos del oropel.

Una carta que diga que ya no somos los mismos… que cada palabra tiene su cielo… que un “matastes” resuena con la sangre en la cabeza… que el silencio es voluntad de poder …

Una carta sin valor, como aquella alianza que se regala para mancillar el olvido... que se tatúa en el alma...

Una carta que termine con una palabra aguda: AMOR

Una carta que termine: sin más por el presente y esperando una pronta respuesta se despide de ti.

Coda: recuerda, Quiero unan carta susurrante, que te diga: TE AMO y entre una botella lanzada a un rio, cante:

“Soy como el río viajero
que camina por la vida,
que va cantando a su paso
y besando las orillas,
que se abandona a la suerte
y su suerte le marchita;
soy como el río que pasa
y se muere día a día.

Una carta final, donde al pensar, como cada noche, en ti… con el aroma que has dejado en mi almohada, le confirme a mi corazón y a mi alma, que:
Y voy abrazando al viento,
arrullándose en su queja,
le voy cantando bajito,
le voy diciendo un poema:
que somos viento de paso
que acariciamos la tierra,
que se quedan los caminos
y que se mueran los poetas.
Y soy de todos y nadie,
de penas y de alegrías;
yo soy de aquellos que callan
y soy de aquellos que gritan

Quiero enviarte esa carta que te dibuja en animus y corpus, para tentar al destino… para dejar de pensar que solo se trata de un equilibrio de la suerte al tensar el hilo rojo del aquí y el ahora...

Quiero con esa carta regurgitar la esperanza y decirte que tengo un Aquí y que tú, si quieres puedes compartir tu ahora

He sido ahorcado por la vida…y quemado en la hoguera del destino… Solo te pido que me complazcas vestida de mujer, hablándome con ternura...

Mientras, Te diré ¡adiós! Entre esta botella…


Siempre tuyo


John Sajje
 


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