HACIA UN NUEVO PARADIGMA
Para hacerlo, se posicionaba en una
situación de poder, de mando, que reclamaba la obediencia y la asimilación
incuestionable de los datos y valores comunicados, poniendo al niño o al
adolescente en un rol de computadora que debe ser programada.
• ¿Cuáles eran las contradicciones o
desconexiones con referencia al nuevo proceso?
• ¿Qué patrones inesperados se
tornaron visibles?
• ¿Cuáles eran las nuevas necesidades
personales (individuales y sociales) que aparecían?
• ¿Cómo podemos mejorar la experiencia
de aprendizaje de los estudiantes en la casa?
• ¿Cómo podemos crear espacios de
aprendizaje informal para nuestros estudiantes?
En la enseñanza tradicional, el papel
del maestro era el de un informador, capacitador, instructor, que debía llenar
de conocimiento la mente del educando, desprovista del mismo.
El alumno aparecía, así, como un ser
respetuoso, ya que, si no lo era, recibía el castigo correspondiente, para
volver todo al status quo que debía permanecer inalterable.
La figura del maestro gozaba de
respeto social, y su autoridad, a veces devenida en autoritarismo, aparecía
como sacrosanta, similar a la actitud del súbdito que no osaba rebelarse ante
su Señor.
Actualmente la relación cambió, y el
niño ya no ve al adulto como un Dios que todo lo sabe y al que hay que hacerle
caso y aceptar sus opiniones sin crítica alguna; y esto hace pensar que el
maestro ha perdido autoridad y respeto en nuestro tiempo. Esto llega a
aterrorizar y hacer que el docente, temeroso, convierta la nota en su arma.
Celebramos que el docente ya no se
posicione como un dictador y que el niño pueda expresar lo que piensa y siente,
e incluso desafiar los contenidos, a los que hoy puede acceder tan fácilmente,
pues el maestro no lo sabe todo, ni antes ni ahora, pues es un ser humano que
estudió y aprendió mucho, pero no todo, pues eso es imposible.
Lo malo es cuando pasamos de ese
docente autoritario e intransigente del pasado, a ese otro de hoy, temeroso de
las preguntas de los niños, vacilante ante las críticas, inseguro de sí mismo,
e incapaz de poner límites cuando la situación lo amerita. Un docente permeado
por la memoria de los años, que le ha permitido repetirse en su zona de
confort, con los mismos contenidos, los mismos problemas y los mismos exámenes.
Es todo un desafío formar a personas
libres, intrépidas, sin temor a represalias; y marcarles cuándo esa libertad
debe ser contenida y reglada, para el bien de sí mismos y el de todos.
Los niños debieran poder participar en
su aprendizaje de modo activo, aunque eso implique sacrificar un poco la paz
del aula, que se tornará bulliciosa y a veces, poco atractiva, a los ojos de un
directivo tradicional; pero no confundir esa participación con la falta de
respeto, con no escuchar, con no esperar los turnos para hablar, o con decir
groserías.
Ahí es cuando el docente debe imponer
su poder como adulto, sin violencias ni físicas ni verbales (con pedagogía y
didáctica, con buen clima de aula), pero con firmeza, por ejemplo,
interrumpiendo el debate para hacer una actividad más tranquila hasta que se
calmen, o reflexionando sobre su comportamiento, que no debe dejarse que
sobrepase ciertos niveles, ya que, si el desborde es grande, es muy difícil,
luego, controlarlo.
Esta pandemia nos mostró muchos
errores (incluso como aprenden los niños de hoy) nos enrostró la inflexibilidad;
lo vulnerables que somos; la inmensidad del saber; los cambios en la forma de
ver los contenidos y los aprendizajes.
Nos paró frente a la otredad, a la forma
como podemos afectar la labor de los demás si no trabajamos en equipo.
Una pandemia que nos reflejó en nuestra importancia y
la comodidad de lo mismo, durante tantos años, siempre lo mismo.
Pandemia que nos desnudó temerosos y nos hizo sentir, en algunos apartes, sojuzgados y señalados; pero no era así; porque entendimos que nosotros somos los demás de los demás... Y a la vez nos insufló un aire nuevo que nos mostró cuán importantes somos en la sociedad y qué agentes del cambio representamos.
Pandemia que nos desnudó temerosos y nos hizo sentir, en algunos apartes, sojuzgados y señalados; pero no era así; porque entendimos que nosotros somos los demás de los demás... Y a la vez nos insufló un aire nuevo que nos mostró cuán importantes somos en la sociedad y qué agentes del cambio representamos.
Entonces regresaron las preguntas:
¿Qué era lo nuevo o sorprendente del
trabajo en casa?
• ¿Cómo podemos crear ambientes de
contención que propicien experiencias de aprendizaje significativas?
• ¿Cómo
podemos generar interacciones que promuevan prácticas para el aprendizaje en
casa?
Quedaba, como dice mi alter ego- o
compañera de viaje- una relación de inteligencia emocional que nos pondría a
prueba, es decir, la manera con la que interpretamos el mundo e interactuamos
con nuestros propios sentimientos y habilidades sociales.
Porque si algo ha existido, en esta
cuarentena, para los docentes, es una lucha por tratar de controlar los impulsos
e inhibir los pensamientos negativos, libres de ansiedad, tristeza o
irritabilidad exagerada.
Una pandemia que hizo, que el docente, estuviera siempre en busca de lograr un equilibrio
que contrarreste sentimientos de miedo, rabia, tristeza, alegría y cuanta impotencia
se atraviese en una relación de enseñanza/aprendizaje, tan nueva como
asfixiante, al saber que dicha relación depende de una conectividad que no se
tiene; de una relación con padres y parientes, que no se siente en el mismo foco,
porque en la mayoría de los casos, tienen
como prioridad lo económico (con razón).
A ello se agrega, unas políticas públicas,
ausentes; unos decretos que no han sido claros para los sectores marginados y los docentes - hasta
repartir tablets y computadores donde no existe conectividad o siquiera dinero para
recargar unos datos- (Como cuando se le entrega a un docente una tablet por hacer un curso y en el decurso de su accionar se le dice que no es suya, sino del inventario de la institución o de la alcaldía y que el docente era solo un `portador, como si esa tablet no fuera un bien fungible o el docente no mereciera nada) porque entre otras, a las zonas deprimidas, que conforman el grueso de la educación pública, no llega el WIFI estatal, pero si, la desconfianza con el docente, al hacerlo nudo propietario de una herramienta (con destinación especifica) que usa (no abusa) y sabe a ciencia cierta que no puede enajenar.(y donde valga la verdad, prefiere entregar antes que mancillado por la sospecha y en el entendido que dicha tablet no es gran cosa)
Por eso los docentes terminan cansados de su papel de anacronistas del desahuicio y supliendo la labor de Bienestar Familiar: ¡buscando a los niños!
Por eso los docentes terminan cansados de su papel de anacronistas del desahuicio y supliendo la labor de Bienestar Familiar: ¡buscando a los niños!
En la pandemia, cundió la desmotivación porque las
energías se convirtieron en dificultades, cansancio y frustración ante la
inminencia del fracaso; observando lo muy negativo, que llegaba de muchos hogares,
donde `padres enfurecidos e impotentes solicitaban, a gritos, mas cognición en
sus hijos; como si recién descubrieran un continente y estuvieran a punto de sucumbir
ante sus descendientes.
Con ella, volvió el coscorrón, el pellizco y la amenaza de “sacarlo
a la calle”, porque ya no valía el encierro como alternativa.
Pero, también, en esta pandemia apareció la entereza
emocional, esa visión positiva “del ahogado el sombrero” para entender que algo
estaba quedando, pues los padres ya relacionaban su nuevo rol con las pautas de
crianza; mecanismos de refuerzo que como expectativa siempre anhelaron y sólo se
solucionaba con el miedo de la deserción.
Deserción aupada por la forma como,
muchos padres, solo respondían con la amenaza de retirar a sus hijos de la
institución, a sabiendas que era posible, que se empezara a “entregar” maestros
como eufemísticamente se llama al baile de los que sobran.
Se daba al uso, de esa capacidad que
posee el ser humano de captar los estados emocionales de los demás, es decir, la
empatía.
Pandemia que hizo tomar conciencia de nuestros propios estados emocionales y lograr percibir,
a través de un celular o una cámara, de la gestualidad y tonos de la voz, de
esos elementos no verbales asociados con las emociones de los demás, hasta
detectar qué necesitan, que les molesta o qué quieren – algo que el aula
enmascara-
Nos dijo, también, que se debe hablar
con las familias, especialmente durante la escolarización primaria, para
acordar juntos, las pautas de conducta, y que el niño tenga criterios comunes
en la escuela y el hogar, donde debe tratarse de apoyar al maestro en sus
medidas, siempre que no sean todas luces arbitrarias, y, en este caso,
concurrir a la escuela para mantener un diálogo abierto, flexible y ameno en la desescalada y luego de firmar los padres..
La pandemia puso de manifiesto, el control de las
relaciones de todos los integrantes de la comunidad educativa, que como habilidad
consiste en la capacidad de cada quien, para relacionarse con cada cual.
De manejar
las emociones, de solidarizarnos, de caminar en los zapatos del otro.
De hacer
uso de dos grandes habilidades: autocontrol y empatía. Actitudes sociales que,
unidas, garantizan la eficacia del trabajo en la relación institución /casa
frente a las muchas pandemias que se circunscriben en la ineptitud social, como
es la violencia, la falta de recursos culturales y la indiferencia.
Esta capacidad
fue determinante, ya que aquellos docentes que empezaron renuentes, acongojados
e irreverentes ante el propio destino, se determinaron y empezaron a dejarse
inspirar, persuadir y lograron profundizar en las relaciones con los demás.
Con la pandemia, y como arte de magia, ese docente fue transformando
el enfado en energía positiva, logrando comprender o sentir lo que sus
pares estaban experimentando desde su marco de referencia y solo así se fortaleció la “empatía cognitiva“, como una nueva perspectiva pandémica
para identificar y comprender que estábamos en un estado excepcional que
demandaba el concurso de todos.
No se trataba de descubrir quién tenía la razón, sino qué es lo mejor para el niño, y si una u otra de las partes
cometieron un error, reconocerlo.
Con la pandemia, queda entonces la autoconciencia, como el arte
de comprenderse a sí mismo y reconocer qué estímulos se hacían necesarios para
involucrar realmente al padre y prepararlo para el manejo proactivo y reactivo
frente a una guía.
Fue tan poderoso que una docente expresó: "pues si los padres
no saben leer y escribir esta es la oportunidad para que les enseñemos junto a
sus hijos"
Porque lo que desconocen los magos de la tecnología, que venden humo
en redes para que los docentes se comuniquen con sus estudiantes, es que muchos
padres de familia son analfabetas. Por eso fue tan importante saber cómo nos
vemos a nosotros mismos, y también cómo percibimos que otros nos ven.
Dio la impresión que en esta pandemia se decretó para los colegios privados. Se dieron cursos de conectividad, de plataformas, de cuanta tecnología existe...Se olvidaron que en los sectores populares lo más cercano a la comunicación global, son las señales de humo.
Esta pandemia nos ha dejado grandes actos
de fe. No es de olvidar, como dicen los expertos: un componente importante para
mantener el autocontrol emocional es utilizar el poder de la fe para creer en sí
mismo tanto en el presente como en el futuro.
Es creer que las personas y las
cosas en nuestro horizonte vital están ahí por una razón, y que todo finalmente
funcionará para siempre.
Ser humanos y errar es parte de
nuestra condición, y le enseñaremos al niño que él también, igual que todos,
merece equivocarse y aprender de sus errores, pues los adultos tampoco somos
infalibles. Es la a-didáctica en función.
Alguien lo dijo antes: El liderazgo
inspirado y el amor por lo que hacemos nace de la pasión por un tema o
personas. Los docentes usamos esa pasión con un propósito, para encender el
motor que nos impulsa a hacer lo que hacemos. Es una pasión contagiosa:
impregna todas las áreas de sus vidas y se contagia a las personas que los
rodean.
La pasión es algo así ese “no sé qué”
que cuando lo sientes, o incluso cuando lo ves en los demás, simplemente lo
sabes. La pasión es el deseo natural, el instinto, el impulso, la ambición y el
amor motivado por un sujeto o alguien.
La pasión aporta energía positiva que
nos ayuda a sostenernos e inspirarnos a querer continuar. Y no es ningún
secreto que las personas emocionalmente inteligentes que son apasionadas
también están dispuestas a perseverar y avanzar sin importar sus circunstancias”
La Guía
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