Un pasado
aún presente en la
administración escolar
Hasta no hace demasiado tiempo era común que las autoridades de la
enseñanza definieran sus tareas utilizando el concepto de administración escolar.
Su identidad profesional se tejía sobre la idea de ser administradores. Por su
parte, la teoría clásica de las organizaciones, fuertemente arraigada en los textos
y en la formación de directivos y profesores, ponía énfasis en la similitud de las
escuelas con las empresas, al menos desde el punto de vista de la administración.
Esta notable coincidencia entre una teoría predominante y una práctica habitual
reforzó, y aún refuerza, la simplicidad y naturalidad con la que se define a la
administración escolar como “las actividades que se refieren al planeamiento, la
instrumentación, la coordinación, la gestión y el control de los servicios”.
Sin embargo, tanto la práctica como las investigaciones y las nuevas teorías
identifican que el modelo -teórico-práctico- de la administración escolar presenta
diversas patologías y desviaciones cuyos más evidentes signos son la
burocratización, el anonimato, la superposición de tareas, la lentitud de los
procesos, las pérdidas irracionales de tiempo, la pérdida de calidad, la pérdida
de sentido, la frustración personal.
El “síndrome burocrático”, es decir las ideas
y prácticas alienantes forjadas bajo el modelo administrativista, se torna a su vez,
el principal azote contra nuevas ideas y nuevas prácticas: siembra complacencia,
reparte culpas siempre para otros, desconfía de las propuestas de innovación,
resiste la discusión sobre estrategias y, en ocasiones, logra bloquear el cambio.
La renovación de las ideas y las prácticas de dirección es una de las claves
estratégicas para poder adecuarse al nuevo marco de una sociedad globalizada,
de mercados dinámicos, de rápidos cambios tecnológicos y de surgimiento de
nuevas expresiones identitarias.
Para ello es necesario desarmar o deconstruir
este pasado aún muy presente de la organización escolar de corte administrativista,
y confrontarlo con las nuevas formas organizativas que se vienen proyectando.
Revisar el modelo organizacional vigente nos posibilitará, por un lado, detectar
y analizar sus puntos neurálgicos, así como las premisas y las creencias sobre
las que se basa; y, por otro, ponerse en condiciones de reflexionar sobre los
requerimientos, desafíos y oportunidades que se le presentan actualmente a los
sistemas educativos.
La administración escolar dirige la educación
como cualquier otra empresa
El modelo de administración separa las acciones administrativas de las
acciones técnicas o pedagógicas, concentrando las primeras en manos de los
directivos.
Este principio de división del trabajo afirma la existencia de un grupo
de acciones homólogas que se realizan racionalmente de la misma forma en una
oficina de correo, en una empresa industrial o en un servicio de salud.
Se trata
de las acciones denominadas de administración general: planeamiento; confección
de los programas operativos para cada unidad; distribución de los recursos
materiales y humanos según las posibilidades y necesidades; control del
funcionamiento de los servicios; documentación y archivo de las decisiones en
expedientes, carpetas y depósitos; control de los horarios y de faltas del personal.
El supuesto sobre el que se apoyan las generalizaciones del modelo es muy
fuerte: se afirma que hay un único y mejor sistema de organizar cualquier tipo de
trabajo, cualquiera sea el lugar en el que se realiza, la tecnología que emplee y
las competencias profesionales que ponga en juego.
Cuando en 1924 Henri Fayol
publicó sus catorce principios de la administración científica del trabajo, el
convencimiento general de los administradores era que, a través de su aplicación
cuidadosa, se podría racionalizar completamente, la acción de todas las personas
y de cualquier servicio o empresa, asegurando un funcionamiento regular, previsible,
óptimo y eficiente. Una vez adoptado el modelo ya no sería necesario cambiarlo,
revisarlo, estudiar su pertinencia; a lo más habría que corregir las acciones que
lo implementaban.
Debido a este rasgo de inespecificidad de lo educativo, a su
generalidad o a su inmovilismo se ha definido a este modelo como un “modelo
rígido de organización” donde su concepción y estructura restringe el desarrollo
de innovaciones sean internas o externas.
La administración escolar regulaba rutinas
Todas estas acciones administrativas generales tienen el objetivo de racionalizar
el trabajo bajo dos principios funcionales altamente valorados: la subordinación
funcional y la previsibilidad de resultados.
Por un lado, la administración supone
un sistema de tareas rutinarias jerárquicamente dependientes, a través de las
cuales se simplifica una realidad compleja en cuanto al tipo y cantidad de personas,
a la tecnología, a los procesos y a los productos.
Cada persona tiene su jefe y
trabaja individualmente en su rol recibiendo comunicaciones oficiales de tipo
vertical. Por otro lado, el modelo simplifica el entorno o contexto, obviándolo o
cerrando las relaciones del sistema organizacional; desconoce administrativamente
diferencias en las poblaciones estudiantiles, en las demandas, en las necesidades
específicas, en los dinamismos o debilidades locales.
La regularidad y la previsiblidad
imaginada proporcionaban a su vez, un marco de certezas para todos. Sin
embargo, dicha previsibilidad se tradujo en rutinización, respuestas lentas y tardías,
falta de autonomía y de creatividad; estas certezas se transforman en firmes obstáculos para cualquier mejoramiento, actualización o innovación.
La diferenciación
social, el reconocimiento de la complejidad de las organizaciones hacen ineficaz
cualquier intento de controlar jerárquicamente rutinas y obstruyen toda posibilidad
de cambios que no sean pura cosmética.
La autoridad y el control ejercidos
a través de indicadores formales
El modelo de organización simplifica las rutinas también en otro sentido
fundamental: la potestad de controlar se concentra en la cumbre de la organización.
Esta ejerce su autoridad a través de controles formales, generales e impersonales.
La regulación a priori de las rutinas de prestación contribuye a su vez a un control
externo del funcionamiento técnico.
Más claramente, la supervisión es restringida
muchas veces a observar la adecuación de las conductas frente a un reglamento
general y abstracto que las especifica.
Las consecuencias de una modalidad de control externo y formal de las tareas
técnicas por un lado incrementa la pérdida de especificidad de lo educativo, y por
otro, iguala toda supervisión a una penalización de los desvíos registrados por no
estar previstos o permitidos en el reglamento.
Con este esquema de supervisión,
el modelo de la administración escolar desconoce las condiciones particulares de
enseñanza, las adaptaciones específicas desarrolladas para este entorno y es
incapaz de registrar indicadores de desempeño reales para poblaciones diferenciadas.
Más grave aun, la simplificación que construye el modelo se extiende a dividir las
tareas de supervisión entre distintos roles especializados que operan
independientemente.
Así como la asignación de las tareas administrativas generales
se retiene para la dirección, que las tareas pedagógicas se le asignan a cada
profesor de forma individual, las tareas de supervisión también se disocian en
distintas inspecciones, dependencias, departamento de estadísticas y visitas varias.
El control del funcionamiento global de la enseñanza se diluye, se fragmenta en
segmentos especializados y hace imposible una visión global de la calidad educativa
y, menos aun, permite revertir la situación inmediatamente, ajustarla o reorientarla
en términos de aumento de la profesionalidad.
La cultura rígida engendra
estructuras desacopladas
La división del trabajo en las organizaciones que produce la aplicación de los
principios del modelo tradicional conlleva a una situación que diversos autores han
denominado como “culturas de trabajo débilmente acopladas” o, más directamente,
“estructuras desacopladas”.
En estas se encuentran sujetos, objetivos, recursos,
estrategias y fines; pero entre ellos hay una muy escasa articulación.
Las personas realizan actividades, los programas presentan objetivos, las legislaciones proponen fines, pero unos y otros se encuentran aislados entre
sí.
Las necesidades específicas de las poblaciones son atendidas como
cuestiones generales.
La falta de comunicación profesional en el interior de
las instituciones, y la incomunicación con el entorno, generan enormes
esfuerzos individuales, no siempre exitosos.
Los niveles de desacople estructural pueden obstaculizar la generación de
una visión concertada, elaborada a partir de la reflexión sobre una práctica que
permita luego volver a orientar las acciones de cada organización según propuestas
enriquecidas.
En segundo término, una estructura desacoplada estimula el desarrollo
de las fuerzas centrífugas contenidas en organizaciones grandes y complejas,
tendiendo a crear compartimentos estancos que desarrollan intereses corporativos
y conflictivos con los fines de la organización.
De esta manera se refuerza una cultura burocrática en la que no existe una
imagen global acertada sobre los niveles de desempeño de la organización escolar;
es decir sobre la calidad y equidad de los aprendizajes de los alumnos. No hay
balance general sino un collage de balances parciales.
Los “estados de situación”
están fragmentados según los grados, asignaturas, áreas o ciclos. Con ello, el
sentido de premura que antecede a toda voluntad de cambio se diluye en la
transferencia de responsabilidades hacia otros roles, en los reproches recíprocos,
en la falta de espacios de coordinación.
Tareas aisladas, escasez de equipos
Las relaciones sociales dentro de las organizaciones son pensadas bajo el
esquema jurídico del reglamento y por tanto valoradas sólo en cuanto se ajustan
a él.
La autoridad se concentra en la cumbre y controla a reglamento una ejecución
que se piensa individual y en la base del sistema.
En la medida en que las tareas
se delimitan normativamente y se asignan responsabilidades individuales, las
relaciones de cooperación, asistencia, consulta y formación recíproca no forman
parte de la cultura ni de las prácticas reglamentadas de la organización.
Con ello,
no sólo se desprecia la dimensión relacional del clima organizacional, sino que se
deja de lado el fenómeno constitutivo central de la educación que es la relación
educativa; un vínculo entre personas de carácter presencial, cara a cara y por tanto
difícilmente delimitable, restringible, estandarizable.
La administración puede pensar
las relaciones como relaciones jerárquicas de subordinación y dependencia. Entre
jerarca y subordinado puede llegar a haber obediencia, pero esta no implica
cumplimiento y, mucho menos aun, acuerdo.
La administración puede pensar las
relaciones entre funcionarios de igual rango como relaciones horizontales. Pudieron
considerar personas de igual rango jerárquico a los docentes, pero les fue imposible
desarrollar espacios de articulación y complementariedad, porque están seleccionados
para cumplir tareas funcionalmente consideradas independientes una de la otra.
La construcción de redes de coordinación y cooperación profesional, el trabajo
en equipo, exige no tanto una previsión tan precisa de las tareas, pero sí más en cuanto a generar tiempos, espacios para la existencia de equipos, la reflexión
colectiva sobre la práctica, la construcción colectiva y deliberada de objetivos
compartidos que orienten prácticas profesionales personales.
Requiere generar
una visión que centre a la organización en su finalidad primordial que es en este
caso el generar aprendizajes.
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