Los sistemas educativos se les plantean
dos grandes desafíos:
El primero es el de la heterogeneidad de sus públicos. La escuela de hoy recibe
un público muchísimo más heterogéneo que en el pasado.
Por un lado, porque hoy
acceden al sistema sectores sociales que antes estaban excluidos. Pero, por otro
lado, porque se han ampliado las distancias culturales entre los diferentes sectores
sociales. Mientras ciertos sectores de la sociedad acceden a nuevos bienes y servicios,
otros quedan excluidos. Se producen nuevos fenómenos de pobreza urbana y de
marginalidad, que son diferentes de la pobreza "digna" de antaño.
Ya no se trata
sólo del inmigrante del interior que se instalaba en condiciones precarias en la periferia
de las ciudades, sino de familias de segunda, tercera y cuarta generación que han
nacido y vivido en situaciones de marginalidad absoluta. ¿Qué y cómo aprenden los
niños que provienen de esas situaciones? ¿Cómo hace el sistema educativo para
trabajar, simultáneamente, con niños que viven en hogares en los que no existen
libros y en que sus padres son analfabetos funcionales y, por otro lado, con hijos de
profesionales que tienen acceso a los últimos conocimientos que se generan en el
mundo a través del CD-ROM o de Internet?
El segundo gran desafío es el de la discontinuidad entre las pautas de
comportamiento requeridas por la labor de enseñanza y las de socialización adquiridas
por los niños en la familia, fenómeno éste que atraviesa a todos los grupos sociales.
La escuela recibe hoy niños muy diferentes, pero mayoritariamente carentes de
ciertos hábitos, disciplinas y normas de conducta requeridas para el funcionamiento
de la vida escolar, al menos tal como ha sido concebida hasta el momento.
Las dificultades que ello genera se muestran tal vez en forma más nítida en las formas
de trato, en las relaciones interpersonales, en las conductas de los niños.
La
socialización que la escuela necesita para desarrollar aprendizajes (cualquiera que
sea la definición que se adopte) no requiere ser construida. Las situaciones de
desencuentro, de desentendimiento y a veces hasta de violencia, son indicadores
de que la escuela está siendo empujada hacia la construcción explícita de un discurso
y un encuadre institucional nuevos, donde antes no era necesario planteárselos.
Probablemente, la escuela del futuro esté llamada a asumir parte del terreno
que antes cubría la familia en materia de socialización de las nuevas generaciones,
lo cual exige imaginar nuevos modelos institucionales. En este sentido son sumamente
sugerentes las reflexiones formuladas por Juan Carlos Tedesco (1995), en el sentido
de repensar la escuela como institución total.
"La escuela tradicional se definía
básicamente por su carácter de institución de socialización secundaria: suponía que
el núcleo básico de la personalidad y de la incorporación a la sociedad ya estaba
adquirido y su función se concentraba en preparar para la integración social, esto
es, brindar informaciones, conocimientos, valores, actitudes, etc.
El cambio más
importante que abren las nuevas demandas a la educación es que ella deberá
incorporar en forma sistemática la tarea de formación de la personalidad.
El desempeño
productivo y el desempeño ciudadano, como vimos, requieren el desarrollo de una
serie de capacidades (pensamiento sistémico, solidaridad, creatividad, capacidad
de resolver problemas, capacidad de trabajo en equipo, etc.) que no se forman ni
espontáneamente, ni a través de la mera adquisición de informaciones o conocimientos.
La escuela... debe, en síntesis, formar no sólo el núcleo básico del desarrollo cognitivo,
sino también el núcleo básico de la personalidad. Esto significa que la escuela deberá
tender a asumir características de una institución total.
Asumir la formación de la personalidad desde una perspectiva democrática
supone, en consecuencia, rechazar tanto la negación de la subjetividad propia del
racionalismo como la idea de una sola personalidad, un modelo único de persona
a la cual todos debemos tender, propia del integrismo autoritario.
Promover el vínculo
entre los diferentes, promover la discusión, el diálogo y el intercambio son el límite
a toda tentativa de imposición de un solo modelo de personalidad. En este sentido,
y frente a la gran diversidad de opciones que un sujeto encontrará en el desarrollo
de sus vínculos sociales, la función de la escuela en relación con la formación de
la personalidad consiste en fijar los marcos de referencia que permitirán a cada uno
elegir y construir su o sus múltiples identidades.”
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